Ya he llegado a los vestuarios; son amplios y están completamente recubiertos de azulejos azules clarito. En las paredes hay unos espejos enormes que hacen que la sala parezca más grande. Me cambio de ropa, me pongo unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes azul marino. Las otras chicas se pasan más rato cambiándose y maquillándose que en las pistas, así que se puede decir que yo soy la preferida del Sr. George.
Se supone que en todos los institutos hay un profesor de gimnasia joven, con el pelo rubio y los ojos azules, su cuerpo debe de ser escultural y tiene que ser muy simpático y cariñoso con las chicas, para que se enamoren de él y le resuelvan sus necesidades más morbosas… Bueno pues como mi vida es pura excepción en todos los sentidos el Sr. George es un señor de unos sesenta años, gordo y ya con entradas; es también un gruñón. Las chicas están tardando demasiado en cambiarse así que seguro que viene, asoma su calva y empieza a gritar.
—Salid de ahí inmediatamente si no queréis suspender Educación física. ¡OS JURO POR MI MADRE QUE LO HARÉ!
Salgo de los vestuarios y entro al enorme gimnasio del instituto, hay pista de básquet, de fútbol y de atletismo. Si sales fuera también hay una piscina cubierta que usamos sólo los martes. Hoy jugamos a vóley bol y la verdad es que me divierto bastante. Mi equipo gana gracias a un chico con el pelo oscuro y con los unos preciosos ojos azules pintados de negro. Supongo que será gótico o emo.
La clase acaba y nos dirigimos a los vestuarios. Allí me ducho y me vuelvo a poner la ropa de antes. Me peino suspirando. ¡Estos nudos me van a matar!
Lo guardo todo en la bolsa de deporte y salgo con el pelo chorreando. Vuelvo a mi taquilla y dejo la bolsa dentro. Ahora tengo media hora libre así que voy a la cafetería a tomar algo. Está abarrotada de adolescentes deseosos de comida basura. Espero no encontrarme con mis ‘’amigas’’. Veo al chico de mi equipo sólo en una mesa apartada del resto. Me dirijo a la cola y cojo una bandeja. Elijo 2 sándwiches de jamón y queso y dos Coca-Colas.
Me siento en frente del chico gótico.
—Hola. –Digo pasándole un sándwich i una Coca-Cola.
Levanta la mirada y sonríe.
—Dime… ¿qué hace la guapa y popular Sarah sentada con el friki?
—Supuse que no te importaría.—respondo encogiéndome de hombros
—En realidad no.—Dice con una gran sonrisa. Tiene los dientes muy blancos. Debajo de toda esa sombra negra es un chico guapo.
—No recuerdo cómo te llamas—Digo con una pequeña sonrisa culpable.
—Suele pasarme… soy Sam; y voy a tu clase desde los 3 años.
Pongo una cara de desconcierto.
—¡¿El mítico Sam?!.—Aquel chico no se parecía demasiado al rubio y perfecto Sam de mi infancia; aquel que tenía a todas las de la clase enamoradas.—¿Qué te has hecho en el pelo?
—Empezó a gustarme el negro—Dice tranquilamente.
—¿Te acuerdas cuando estábamos en 3º y tú querías hacerte el machote?—Dije riendo—Intentaste escalar ese árbol para coger la pelota que uno de 5º nos había encalado.
—Sí… me rompí el brazo y no pude jugar en unos meses…
—Pobrecito—Digo sacándole la lengua.
—Sigues igual que hace años Sarah.
—No sé si tomármelo como insulto o como halago.—Los dos empezamos a reírnos a carcajadas.
—Fuiste la única que no se quedó en los patios con migo.
—Supongo que a los 7 años tenía claro que no sería una chica del montón.
—Todo el mundo sabe que no lo eres.—Dice con una preciosa sonrisa.—Venga, cuéntame porqué no te quedaste ni una sola vez.
—Tu forma de ser me recordaba a alguien.
—¿A quién?
Tardo unos segundos en contestar e intento que no se me note el nudo que se acaba de formar en mi garganta.
—A mi padre.
—Lo siento… Hace ya mucho tiempo de eso ¿no?
—Sí; hace bastante. Está más o menos superado.—Digo con un intento de sonrisa.
—Supongo que tenemos que ir ya a clase.
—A mí no me apetece en absoluto.—Digo mirando alrededor. La cafetería estaba casi vacía.
—¿Compartimos taxi?—Dice guiñándome un ojo.
—Primero recojamos las cosas.
Pasamos por su taquilla y recogimos su mochila (cómo no negra) y luego pasamos a por la mía. Llegamos cerca de la portería y le dije:
—Sólo intenta parecer mareado. Déjame el resto a mí.
Toco la ventanilla del Señor John; portero de toda la vida.
—Perdona que te moleste, John.
—No importa Sarah… ¿no deberíais estar en clase?
—Sí; pero Sam se encuentra bastante mal. Quiere irse a casa. Yo he llamado a mi madre y me deja acompañarle.
—Claro jovencita. Ahora mismo les abro.
Salimos por la puerta y llamamos un taxi. Le dimos mi dirección. Al llegar le invito a entrar a casa.
—Otro día, ¿vale? La verdad es que tengo cosas que hacer y después voy a trabajar a la cafetería.
—No importa—Digo con una sonrisa, aunque un poco decepcionada—ven cuando quieras.—Le doy un billete de 20 y me despido con la mano.—Suficiente para los 2, ¿no?
Entro en casa y me dirijo directamente a mi habitación. Cojo el I-pod Touch y me pongo a escuchar música a todo volumen. Prefiero el indie… aunque me gustan todos los tipos. Me extraña que Gaspar no haya venido a preguntarme cualquier cosa. Empiezo a mover la cabeza de un lado a otro al ritmo de la música y a cantar a la letra de la canción mientras salto en la cama.
Tengo hambre.
Bajo a la cocina y me preparo un bol de cereales y leche. Enciendo la televisión y empiezo a ver un programa estúpido de videos graciosos. De vez en cuando me rio aunque la mayoría no tienen mucha gracia. Después de un rato dejo el bol vacío en el grifo y vuelvo a mi habitación para darme un baño. Lleno la bañera y pongo sales termales que huelen a coco. Empiezo a desvestirme mientras cojo la ropa interior y el pijama; unos pantalones cortos morados y una camiseta de tirantes negra con la pantera rosa en el centro. Saco de la mochila un libro que ya debería haberme leído; <<Orgullo y prejuicio>>. Tengo que entregar un trabajo el Martes de la semana que viene.
Entro en la bañera y me relajo. Cojo el libro y me pongo a leer. Cuando me canso me vuelvo a poner los cascos y escucho música. Pasan varias horas y tengo la piel de las manos como una pasa. Me lavo la cabeza y salgo. Cuando estoy poniéndome el pijama me doy cuenta de que en mi habitación han preparado otra cama y varias maletas se amontonan a su lado.Busco a mi madre por la casa. Al no encontrarla llamo a Gaspar y le pregunto por ella. —Ahora mismo está en el jardín con el diseñador gráfico de esta mañana.Suspirando salgo al jardín descalza. Clavándome alguna que otra piedra llego al césped y continúo hasta alcanzar el invernadero de cristal. Desde allí puedo ver a mi madre y a un señor bastante atractivo charlando cada uno en una hamaca. Llego hasta ella.
—Perdona Robert… ¿me disculpas un rato?
—Claro…Tómate tu tiempo—Dice él sonriendo.